Nos quedaron gulas con la cerveza
y esos boquerones en vinagre
que no llegaron a tiempo
para librar contra tus náuseas.
A cambio me quedé con una de tus hijas,
y todo el amor que le enseñaste
a recibir del hombre que la amara.
Ganamos algunos bingos
aunque despilfarramos en tapas y cañas.
Te veo en la pequeña galería soleada
fumando tus peores cigarros,
los que seguramente ya solo te distraían
de lo que presiento que tú ya esperabas.
Enigmática y con la entrega absoluta
a cualquiera que entrara en tu casa.
La hospitalidad era tu fuerte
además de tus guisos, tus costuras,
tus devotos perros
y comulgar con lo que no comprendías.
Te echaré de menos como te mereces:
brindando por la vida a tu manera.
Cuidando de los que ni se enteran
de que la mejor velocidad
es la que no presume de acelerones
ni frenazos.
Gracias por tus clases de conducir.
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