mi búho Samuel... más viejo que yo y sin carcoma |
Quise comprar un billete a la infancia
y recibí un mail del jefe de los autobuses disculpándose
por haberme hecho creer que todas las carreteras
eran de ida y vuelta.
Puse una reclamación al muñeco de nieve
que alguien moldeó junto a la estación
y en apenas unos segundos llegó el verano.
Yo seguía creyendo en mis derechos.
A fin de cuentas me inculcó unos valores
la misma gente que inventó la rueda.
«¿Y qué es una rueda sin motor?» —
me preguntó el vendedor de la juguetería.
Me sentí burlado por la tierra que pisaba
y eché a la espalda mi opinión sobre todo.
Buscaría un lugar donde quedarme
y mientras lo hice
canté las melodías que mis padres
entonaron para dormir al otro bebé.
Gracias a Dios que un búho sabio
se posó a mi lado en la rama.
«Me llamo Samuel —me dijo —,
y tengo el mismo nombre que llevas pensando
para un búho desde que eras niño».
Era de idiotas no entenderlo.
Regresé a la estación, compré un billete y esperé al próximo autobús.
«¿A dónde?» —me preguntó el revisor.
«A donde siempre —respondí engreído —, ¿es que existe otra opción?»
—«No, claro… —respondió el tipo humilde —,
aunque espero que no le importe llegar a deshora… —añadió —,
este autobús nunca hace la misma ruta».
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