Sumergido en su memoria
se recostó entre los neumáticos
abandonados del fondo del mar.
Los peces eran cómplices
de sus peores romances
y por eso los eligió como amigos.
Los camareros solían
preguntarle por Ellas detrás de la barra,
los peces ni las recordaban...
...mucho mejor.
No había sido un mal hombre.
Se había limitado a aplicar
las reglas en las que su propia madre
lo adoctrinó desde niño.
Por eso atentó contra el decimoctavo mandamiento
de la Ley de la Selva:
«Nunca darás por hecho que una madre ha de ser una mujer
como no pretenderás que una mujer sea madre
por el mero hecho de poder serlo»
Quizá si su padre
hubiera estado menos tiempo en la cárcel...
Quizá si los pechos de la bailarina
no le hubieran redimido de su adictiva
autodestrucción....
Quizá si se hubiera comido la verdura
que rechazó de niño en la cena...
...quizá entonces las cosas serían de otra manera
y su cuerpo yacería
en la cama de un hotel de lujo junto a una Utopía.
O ¿quién sabe?
Quizá estaría jugando a los dardos en el garaje
de un adosado con el primogénito.
Ahora es tarde para conjeturas...
Se rindió.
Y lo hizo antes de que sus ratas
rosigaran la soga que sujetaba la piedra de su cuello.
Aún así yo sigo yendo al muelle
para celebrar su cumpleaños cada año.
Le arrojo a las profundidades una lata de conserva
y varias portadas de las revistas de moda
con anotaciones sobre política y negocios.
Por alguna razón creo que me necesita.
Nadie que no haya entendido el juego
merece morir ahogado.
Porque aunque los sabios digan que morir es un acto solitario
yo creo que hacerlo tragando agua es más jodido que fumar.
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