domingo, 10 de julio de 2016

el código

Suena Elvis y las gambas se van dorando.

Sé que la intención no condiciona el resultado
aunque sí el veredicto.
Por lo que me declaro NO INOCENTE
a la par que NO CULPABLE.
Ahora bien, es cierto que estuve en el lugar de los hechos
y que llevaba un arma cargada.

¿Se merecía llorar, Señoría?

Ya le aseguro yo que no.
Pero tras unas risas y palabras que no recuerdo
la encontré llena de lágrimas y sentada en la misma
silla en la que estaba cuando reía.

Cualquier fiscal lo tendría claro.

Si lo único que ha cambiado entre la risa y el llanto
de mi chica soy yo, quiere decir que...
el calibre de la bala se corresponde con el de mi arma.

Pero Señoría, ¡Protesto!
Hay más variables que no se están teniendo en cuenta…
—me defiendo.
¿Por ejemplo? —me interroga el juez.

Y enmudezco.
Sé que cuando me convencí de quererla
por encima de todo
se acabó cualquier coartada que pudiera salvarme de la horca.

Hay un código para los que usamos la palabra amor
aunque solo sea con la pretensión de no dormir solos.
Y no creer en él no te exime de cumplir la condena
en caso de saltártelo.
Hay una policía que va más allá de nuestra conciencia.




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