sábado, 12 de diciembre de 2015

la peonza y el rubio que se llevó a mi chica



Ella jJugaba con la peonza.
le gustaba contemplar como giraba entorno a ella.
Cuando caía se desilusionaba.
Le regalé una bola del mundo.
Así podría hacerla girar sin preocuparse de que cayera.
La hizo rotar un par de minutos.
Luego la paró en seco y preguntó por un país pequeño
del que yo ni siquiera había oído hablar.

«quiero ir» me dijo.
Y fuimos.

Allí conocimos a un rubio de uno noventa.
Simpático, amable, lleno de pasión por la vida.
Le gustaban las peonzas. Como a ella.
El cretino decía que le resultaban mágicas.
Que desafiaban a las normas lógicas.

Yo apunté que por mucho que desafiaran 
a lo que quisieran terminaban cediendo a la gravedad.
Y sentí la mirada decepcionada de mi chica.

Dos días después ella me dejó. 
Me entregó mi billete de avión y rompió el suyo 
delante de mis narices.

Regresé a mi ciudad solo.
Al llegar a mi portal una niña y un niño jugaban en la acera
con una peonza.
Miré al chico. Estaba disfrutando del juego.
Me acordé del rubio que sin duda estaría ahora girando
en torno a mi ex.

Me acerqué a los niños y le di una patada fuerte a su juguete.
Golpeó contra la puerta de un coche y al caer siguió rodando.

Una mujer mayor gritó «¡policía!»

«Y eso es todo señor comisario
podría decirse que estoy aquí 
por no saber jugar»




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