Se conocieron en la misa del gallo.
A la hora de darse la paz los dos
sintieron un cosquilleo en sus nucas.
"la química del universo» pensó ella.
"Dios mío que buena está» se dijo él.
Ninguno pasó a comulgar.
Haber sentido aquello en un lugar sagrado
les hizo reconocerse indignos.
Al acabar cada uno fue a su coche.
Volvían la cabeza con la esperanza
de que uno de los dos se atreviera a
provocar el encuentro.
Pero Santa Claus estaba ocupándose
de los niños y Hollywood solo existe
en la pantalla.
Al día siguiente la comida de Navidad
fue aburrida para ambos.
Ni sus respectivos cónyuges
ni sus hijos les provocaban algo parecido
al escalofrío de la pasada noche.
No volvieron a encontrarse en la iglesia.
Quién sabe si ese fue el mejor regalo
que podían recibir por esas fechas.
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