Era su forma de decirme que algo iba mal.
Miraba por la ventana añorando nubes
y guardaba silencio aunque no le preguntara.
Yo aprendí a desaprender
y terminé siendo tonto perdido.
Que eran cosas que tenía que solucionar ella
—me dijo mi maestro.
—Ya, pero al final el tonto soy yo
—repliqué.
El maestro tomó una naranja en sus manos
y la estrujó salpicándonos a los dos.
—¿Lo entiendes ahora? —me preguntó
mientras yo lamía el jugo derramado
en el suelo.
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