Entre saber el porqué y saber el cómo
siempre me decanté por las mujeres
que tienden sus bragas con gracia.
Nunca madrugué tanto
como para que un desconocido
me regalara cromos a la puerta del colegio.
Aún así no perdí la esperanza
de que la peor película de terror
me revelara las intenciones
del conserje de la escuela.
Luego me enamoré de mi maestra.
Mi madre me cantó en la cuna
la nana del recién nacido,
y la cigüeña que robaba panes.
Poco después,
entre sermones sobre lo que sí y lo que no,
me sujetó la cabeza en mi primer vómito
para terminar acusándome de confundir
el alcohol con el abandono.
Después las creencias dieron paso a las ambiciones
y las ambiciones celebraron con campanadas
las promesas de un nuevo año a incumplir.
Si he tenido algo claro en tu cama
—le dije al ver su cara de decepción —,
es que me parezco tanto a lo que esperabas de mí
como una rana a una serpiente.
Ni una ni otra se fijarían en una manzana
aunque se murieran de hambre.
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