Nunca llegó a tiempo.
Tras su búsqueda del antídoto,
la princesa moría al segundo mordisco.
No encontraron a la serpiente.
Se habló de política
y de razones varias que cerraron
prósperas minas de oro.
Los pocos que se interesaron por la riqueza
enterraron el alfabeto y sus combinaciones
en los túneles del metro.
Luego estaba lo de encontrar a la serpiente.
Todo se torció a la hora de la siesta.
Los médicos aprovecharon
para perseguir monedas
y dejaron que las farmacéuticas
repartieran cromos en el recreo.
De vez en cuando una postal
equivalía a cien cartas en el móvil.
A esas alturas la serpiente era insignificante.
Que ganar no era la respuesta
—adujo una niña entregando sus cromos.
Que prefería jugar a los médicos —
alegó el chico en el callejón.
Los jueces dictaminaron
que a partir del primer mordisco
todo bocado sabía igual.
La serpiente no pudo estar más de acuerdo.
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