jueves, 29 de junio de 2023

Me enamoré de la mujer de Lot.

 Mirar su espalda te convertía en estatua.







No le gustaba la sal y

aún así cocinaba mejor que yo.

Un día me preguntó

si sabía lo que estaba haciendo.

Humilde, quise responder

que me había pasado con el aceite

pero mientras esperaba el postre

un desconocido había recogido la mesa.


Desde entonces, cada bocado,

muerde menos que un sorbo

y el horno hace que salte la luz 

a los doscientos grados. 

Quise averiguar más 

pero cerraron la carnicería

el día que se murió su mascota.


Ahora rezo para encontrar 

la razón de su mirada

y el porqué de sus guisos.

Que de eso solo sabe la policía,

las leyes y de vez en cuando

algún borracho— me respondió

Dios cocinando algo que olía a gloria. 


Un día jugué con ella a los bolos

y me di cuenta de que no le importaba ganar. 

Perdí todas las veces que necesitó

hasta aprender a quererla a mi manera. 

Luego me compré en la farmacia

un aparato de esos que miden la tensión. 


Que la mirara menos —me recetó el médico

antes de entrar a la consulta.


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