Se durmió al borde de mis pesadillas.
Aproveché su silencio para rezar.
Ni ella creía en nada
ni yo entendía todo más allá de Dios.
Dormíamos juntos casi siempre
y de vez en cuando despertábamos
abrazados.
Una vez de cada nunca ella compraba pan
y otra de esas que no te acuerdas
yo el vino.
Que no me la jugara tanto
—me aconsejó.
Diez días más tarde me di cuenta
de que la mitad de mi espera
rimaba malsonante.
Nos despedimos en una vía de doble sentido.
Los trenes iban y venían.
A Ella le interesaban los que iban
a mí los que no llegaban.
Aún así creo que la música que nos gustaba
cabía en las teclas de cualquier piano.
Sus hijos y mis fugas
solo eran excusas
para no haber jugado juntos de niños.
¡Vete tú a saber que hubiera sido de nosotros
de habernos reconocido antes!
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