domingo, 13 de noviembre de 2022

ranas y moscas

 





La rana disparó su lengua a la “mosca de la estaca”.

A la única que creía en dioses y vampiros.

A la única de todas las moscas 

que rezaba antes de sacar su trompa

agradeciendo su alimento. 

Precisamente a la de la estaca.



Toda la laguna guardó silencio.

Se le barruntaba una mala digestión

al batracio.


Las culebras de agua dulce se excusaron 

de santiguarse por falta de manos.

Los nenúfares se cerraron

confundiendo día y noche.

El árbol más viejo se culpó

de no haberse podrido a tiempo

y solo unos pocos congéneres

se burlaron de la víctima por estúpida.


La rana recogió su lengua con su presa

y su estómago se rompió de dolor.

A las pocas horas flotaba y escupía

un palillo y un hilo de sangre en la charca.  


Las culebras se aprovecharon del festín.

Los nenúfares del sabor de las aguas

y las raíces del viejo árbol se empalmaron

por el morbo del crimen.


Solo los mosquitos acudieron

al entierro de la rana.

«Cazar supone riesgos»

—dijo el más anciano en el funeral.


En otro lugar,

sobre el lomo de la rana muerta,

algunas larvas erigían una estatua

a la víctima. 

Se había convertido en un referente

para ellas:

«Si el depredador muere contigo

habremos hecho justicia»

Acababan de implantar

la Ley de la estaca. 


Y la mosca más débil se puso a rezar. 



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