No hay mejor redención que la nuestra.
El diablo se relame con las debilidades humanas
y Dios pierde otra ficha por despistarse en la partida
para cuidar de los milenarios árboles.
Hay esquinas en cada ciudad
que hemos de doblar,
puertas que abrir en casa
y putas consentidas
que hemos de pagar si queremos
ser parte del problema.
La libertad vale según los barrotes de la jaula.
¿Cómo es que no lo hemos entendido aún?
Tras cada sorbo de cerveza
hay un anuncio que enriquece a un desconocido.
De todo lo que pienses
ya hubo alguien que edificó un imperio,
dejó a su pareja y sigue follándose, impune,
a decenas de cerebros estériles a la madurez.
Pero no nos preocupemos.
No es el fin de nada.
Quedan cosas por hacer —nos aleccionan consolándonos.
Aunque tú y yo sabemos que la tumba de nuestros padres
está tan vacía como nuestro valor.
No hay ataúd que signifique algo para los muertos.
Menos si su lucha fue en balde.
Somos la magia que no aceptamos.
Lo intentamos cien veces.
Por eso cuando aprendimos a subir en bicicleta
nos convertimos en cómplices del peor futuro.
Es lo que tienen las bicicletas…
Parecían ser la solución a nuestro aburrimiento
y ahora no paran de jodernos carriles en las avenidas.
Si no piensas como yo espera a que se joda un autobús
en una vía de único sentido.
A partir de ahí reza, reza con fuerzas, para que tus seres queridos
no viajen en la ambulancia que se queda atascada detrás de él.
Somos la generación débil.
El eslabón perdido de la evolución que Darwin hubiera dado por inteligente.
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