domingo, 20 de enero de 2019

Los modernos misereres.






Hay quien aprende a besos
y quien renuncia a su fortuna
por un polvo solo de ida.
El amor se pudre en internet
y las manzanas pasan de boca en boca.

Es la hora del no eres sino apareces.
De los "no te preocupes que los hay peores que tú".
En definitiva:
La hora de la caries en los colmillos de Saturno.

Arañazos o caricias
dependen de uñas y yemas recién conocidas.
Y el habeas corpus se somete a la voluntad
de su Señoría Twitter.
Vales lo que decida el resto.
Tú has sido resto.
Atente a las consecuencias.
No haber jugado.

El cordero se disfraza con piel de lobo.
y cada vez más pastores adoran al Lupus Maestro
mientras recitan a Miguel Hernández.
No te asustes.
En realidad siempre han existido tipos así.
Es solo que por fin sus rebaños
han descubierto que la mayoría
pesa más que la verdad
y que la verdad depende de lo bueno que sea
el abogado que hayas podido contratar.

Ahora,
 mientras los machetes de los mansos
agreden la selva virgen,
las gargantas de sus indígenas
son rebanadas en formas de "likes"
y el tonto del pueblo marca tendencias.

No lo dudes:
eres, soy, somos cada vez menos listos
 a los ojos de nuestras crías.

«Los modernos misereres me protegen»
Lo dice la nueva conciencia occidental.
"Noé y Asociados" lo saben.
Por eso aumentan su flota temerosos
de que no llueva lo suficiente
para rentabilizar su inversión.

Aún así, mi niña, hay que tener esperanza.
Un dios envejecido pide limosna
en la esquina de Avd. Cataluña con Primado Reig.
Por cada moneda te entrega un dogma.
Yo me limito a darle una palmada en la espalda.
«Creo que la idea fue buena» —le consuelo.
Y él, sonriendo, me regala su sabiduría.

Tres veces nos hemos cruzado:

«Errar no implica necesariamente aprender nada»
«Si amas para ser amado eres un jodido imbécil»
y
«nadie sabe más que nadie sobre lo que pasará mañana»

***

No parecen servir de mucho.

Aunque te confieso que por alguna razón...
cada vez que las recuerdo
me viene a la cabeza nuestro dormitorio,
tus interminables piernas de cocaína
y unas palabras que me dijo mi padre
cuando yo era adolescente:

«¡Tú flotas, hijo!
¿Acaso no tienes claro
que los tontos también tienen derecho a la vida?»












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