Ella dejó caer los remos asustada por la colisión.
Él sonrió.
En su embarcación se había abierto
un agujero por el que entraba indiscreta el agua
con la clara intención de llevárselo al fondo.
—Supongo que es el destino —dijo él arrogante —
Yo tengo dos remos y tú una barca.
Después de unos minutos él se ahogaba
en la profundidad mientras ella esperaba paciente a que alguien viniera a rescatarla.
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