miércoles, 8 de enero de 2014

Las botas y el bastón.

No creía en los reyes magos. Ni en Santa Claus. Ni en San Valentin. Ni siquiera los cumpleaños significaban algo. Para él regalar debía salir de uno mismo. Nada de tradiciones arbitrarias. Por eso aquel día. Un día cualquiera. Decidió regalarle unas botas. Unas botas de montaña de piel y cómodas para hacer todos los kilómetros que el corazón resista. A ella le gustaron. Estaban a la moda en colores y diseño. Había acertado.

Pero para él las botas era solo el instrumento para poder explicar su mejor regalo. Así le contó mientras saboreaban unas copas de vino, que las botas eran para que explorara la vida. Que visitara otros mundos. Otras tierras. Otras maneras de pensar. Siempre había pensado que su novia era un poco simple. Una mujer demasiado dependiente de él. Y con eso la estaba invitando a buscarse y crecer.

Ella rió y le besó. Luego comenzaron a hacer el amor.

Al día siguiente. Mientras la tele les robaba sus cerebros y su tiempo ella se levantó y le entregó un paquete. Él lo abrió emocionado y tras las frases típicas de no tenías por que hacerlo… yo te regalé las botas porque te quiero… observó con perplejidad que era un garrote. Un bastón.

Con su mirada preguntó que qué sentido tenía eso. Ella no era una mujer profunda por lo que no esperaba ninguna respuesta. Pero se equivocó:

–El bastón es para que te sostenga cuando vuelva de mi viaje y te cuente todos los dormitorios que he visitado –. Le dijo.


Él no rió y no la besó. Y luego no hicieron el amor nunca más… (juntos claro).

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