La conocí en
un bar de los que abren los martes. De esos en los que el que atiende es el propio dueño y no
considera su trabajo un negocio sino su hogar. Sonaba buena música y la cerveza
de barril estaba bien tirada. Yo llevaba un buen rato mirándola desde mi
refugio: una mesa arrinconada en el local y que quedaba oculta por unas cajas
de botellines vacíos. Admirándola desde mi pánico a entablar una conversación
con una mujer que pueda encontrar atractivas mis palabras. El tipo que servía
las bebidas se acercó a ella y señaló hacia mí con su dedo índice mientras le
susurraba algo. Le llamaban Cupido, supe después.
Ella, tras asentir a las
secretas palabras del ángel, asió su jarra y comenzó a acercarse como las
líneas nazis atravesaban las débiles fronteras enemigas hasta llegar a mi lado.
Me preguntó si estaba solo y si quería dejar de estarlo. Asentí. Apenas una
veintena de palabras y me obsequió con la primera broma sobre sexo. Otras
quince… y la segunda. Unas treinta palabras más y la tercera y última broma
sobre camas calientes.
Para mí era suficiente. Es mi código. La tercera broma
marca la diferencia entre el sentido del humor y una proposición indecorosa.
Pasamos la
noche como se pasan las noches entre desconocidos. Conociéndose. A la mañana
siguiente, sin haber dormido, me propuso desayunar juntos así que fuimos a la
cocina. Su cocina.
–¿Quieres tostadas? –me preguntó.
–Oh… sí –respondí mientras la observaba abrir
su nevera y sacar pan de molde integral y un tarro de margarina light –. Pero no
puedo tomar pan integral… soy alérgico. Necesito pan normal o me paso el día en
el baño.
–Vaya… que contratiempo… pues creo que queda un
trozo de pan duro de ayer, pero es de barra normal… ¿te sirve?
–Bueno… si tienes otra margarina… es que light no
puedo tomar… NADA.
–¿Y eso por qué?
–Necesito grasas para no quedarme en los huesos…
tengo una especie de enfermedad que me hace adelgazar rápidamente si no tomo
grasas y azúcares…
–Caray… eres un poco raro… bueno… tengo
mantequilla… ¿vale la mantequilla? –me preguntó con un poquito de sorna que me
advertía de que su impaciencia llamaba al timbre de abajo.
–Sí… sí… la mantequilla está bien… perdona por las molestias...
–No, no… no te disculpes… menos mal que no eres
alérgico al látex… sino ahora tendrías la polla llena de granos… –añadió
divertidamente.
–Sí, sí lo soy… pero no te preocupes… no me puse
el condón… –respondí despreocupado.
Luego… esquivé
el trozo de pan duro, que se estrelló contra el microondas al tiempo que una
campanita nos hacía notar su queja por el violento atropello, y me fui de allí
entre gritos que me etiquetaban como bicho raro, anormal y monstruo de feria.
Que yo pensé… joder… si precisamente era yo el que quería pan normal,
mantequilla de la de toda la vida y un polvo sin olor a plástico…
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