Me llevó hasta un cementerio. En mi opinión aquella
situación estaba sobreactuada. Si se proponía romper conmigo no hacía falta
tanto simbolismo. Era cierto que siempre he resultado ser un poco lento para
captar tanto las indirectas como las palabras que perforan el pecho de un
disparo… en definitiva, para entender lo que no me conviene. Pero llevábamos ya unas semanas demasiado mal como para no
barruntármelo. Ninguno de los dos tenía enterrado allí a nadie que hubiéramos
querido. A todos nuestros muertos les había dado por reposar en un
cenicero con forma de jarrón al que quitar el polvo cada fin de
semana. Sinceramente hubiera preferido que eligieran un nicho… se les visita en
todos los santos y punto… pero en fin… los hay que creen que si están en la
repisa de alguna estantería de alguna forma siguen entre nosotros. Y no seré yo
quien les quite la creencia. Me pidió que me sentara en un banco. A mí no me
agradaba la idea. Comienzan a entrarme picores cuando visito un cementerio. Soy demasiado escrupuloso y estoy convencido de que hay un montón de diminutos insectos esparcidos a su antojo. Lo sé desde que se me ocurrió seguir la idea de echar un polvo con una dama una noche de San Juan encima de una tumba. Ni qué decir de cómo se le puso el culo de picotazos a la chica.
–Javier. Creo que
tenemos que tomarnos un tiempo.
–¿Para qué?
–¿Para qué?
–Para ver si
queremos seguir juntos o no.
–¿No lo sabes ya?
–pregunté por preguntar.
–¿Tú lo sabes?
–Yo ni siquiera
sabía que querer estar juntos tenía que quererse…
–Bueno… da igual…
–¿Da igual? –volví a preguntar por preguntar.
–Quiero decir que
últimamente no estamos bien y sería bueno dejarlo por unos meses…
–Pero es que así, simplemente, no estaremos…
–Pero nos daremos
cuenta…
–¿De que juntos
estamos mal? Eso ya lo sabemos ¿no?
Cogió del suelo una flor de plástico que alguien había dejado caer de su ramo. Comenzó a
pasarla de una mano a otra como si le quemara pero despacio. Yo solo pensaba en
la cantidad de materia muerta y bichos que tendría aquel objeto artificial.
– ¿A dónde vas a
ir? –me preguntó.
–Ah. ¿Qué me
tengo que ir?
–Hombre… si hemos
de darnos tiempo…
–Vale, vale…
comprende que me pille de sorpresa que hayas decidido que me tengo que ir de casa…
–No, bueno… no
hace falta que sea hoy… puedes irte mañana.
–¿Tú crees que
mañana voy a encontrar a algún pringado que me ayude a llevarme el piano?
Les aclararé que soy músico. Bueno, soy dependiente en unos grandes
almacenes pero en casa toco el piano y cuando quedamos con alguien digo que soy
músico y que lo de mi trabajo es eventual. Eso es lo que digo desde hace quince años…
–No hace falta
que te lo lleves…
–¿Por si
volvemos?
–Sí…
–Pero si piensas
que vamos a volver ¿para qué rompemos?
– Javier, no me lo
pongas más difícil.
–¡Pero si eres tú
la que me lo está poniendo todo patas arriba!
–Bueno… pues
llévate el piano…
–¿Me ayudarás
tú…?
La única vez que había visto coger peso a mi novia
fue en una ocasión que una señora mayor y gorda se había caído al ir a coger el
autobús… recuerdo que me recriminó que yo no hiciera nada… pero esa señora
tenía pinta de haber salido de un cementerio y me dio grima.
–Mañana llamaré a
una empresa de mudanzas y les diré que te lo lleven a donde estés… ¿Dónde vas a
ir?
–Pues no es
fácil… ¿quién coño me va a querer en su casa con un piano?
–Olvídate del
piano… no sé ni para qué lo quieres… ¿es que vas a grabar un disco?
Eso me hizo daño. Yo siempre contaba con la ilusión
de que algún día alguien reconocería mi talento. Se presentaría en mi casa y me
diría: “Chaval… te he escuchado desde la calle. Soy el dueño de Sony Music y
quiero hacerte rico” Pero estaba visto que ella no compartía mi esperanza.
–Bueno… pues me
iré a casa de Patricia.
–¿No te vas a ir a casa de tus padres?
–¿No te vas a ir a casa de tus padres?
–Pues no… siempre
ven telecinco y me aburro.
–Y no tienes otra
casa a donde ir ¿no?
Patricia era una muy buena amiga. La conocí en otro
de los tiempos que me pidió mi novia para que recapacitáramos si deberíamos
seguir juntos. Nos acostamos unas treinta veces aquella semana.
–Sabes que
Patricia no me gusta porque creo que siente algo por ti.
–¿Me explicas
entonces qué demonios he de hacer? ¿Es que el tiempo este que me pides he de
dedicarlo a mirar a las musarañas? Además ya te he explicado cien veces que entre Patricia y yo nunca ha habido nada.
Para los que me juzguen mentiroso argumentaré que todo lo que sucede en los descansos entre parejas es como eso de las Vegas… sucede allí y allí se queda.
Para los que me juzguen mentiroso argumentaré que todo lo que sucede en los descansos entre parejas es como eso de las Vegas… sucede allí y allí se queda.
–¡Tú lo que quieres es aprovechar el descanso para hacértelo con Patricia de una vez!
–No, no –dije consciente del fregado en el que me estaba metiendo – Yo no quiero hacer nada con ella.
–No, no –dije consciente del fregado en el que me estaba metiendo – Yo no quiero hacer nada con ella.
Bien distinto era que ella quisiera hacer algo
conmigo. Me cuesta decir no. No me gusta ofender.
–Entonces ¿dónde
vas a ir?
–Pues… a casa de
Patricia.
–Pero ¿por qué no
te vas a casa de tus padres?
–¿Pero es que te han
dicho que quieren que vuelva?
–Allí te cabría
el piano.
–Sí, pero no
podría tocarlo porque les molestaría mientras ven a Jorge Javier Vazquez.
–Vamos… que tú
quieres ir a casa de Patricia.
–¡Que no! Que yo
quiero quedarme en la nuestra… pero tú me has pedido que me vaya.
–Pues di que no
te quieres ir…
Mira tú por donde empezó a llegar gente a aquel lugar
santo. Me barruntaba lo peor. Seguro que enseguida llegaba la caja con el
muerto. Y eso a mí me daba mucho yuyu.
–Patricia. Si no
quieres que me vaya a casa de Patricia vete tú.
–Pero la casa es
de mis padres no de los tuyos.
–¿Me voy con tus
padres? – pregunté a sabiendas de que ese chiste no encajaba demasiado bien con
la situación.
–¿Te vas a la
mierda?
En el fondo había cambiado de opinión. Ahora sí
quería tomarme el tiempo. Hacía tiempo que no follaba con Patricia y lo echaba
de menos. Así que le dije:
–¿Has conocido a
otro hombre?
Bajó la mirada mientras empezábamos a ser acorralados
por un montón de gente que a mi parecer alborotaban demasiado para ser un sitio
tan requeriente de silencio.
–¿Te acuerdas de
Raúl? –me preguntó con voz débil.
–La verdad es que
no.
–¿Ves? Es que no
me escuchas… por eso necesitamos tiempo… te hablo de la gente que me importa y
no me prestas atención.
–Bueno… ¿qué pasa
con Raúl?
–Que me siento atraída por él.
–Que me siento atraída por él.
–¿Y él por ti?
–También…
Y llegó el muerto. Con su ataúd reluciente y la
comparsa de llantos y sollozos…
–Pero entonces tú
no quieres tiempo para arreglarlo – le aclaré aclarándome, (tarde, ya lo sé, pero ya les comenté al principio que soy lento de entendederas) –. Tú quieres tiempo para
zumbártelo.
–No seas
ordinario… ¿no ves que estamos en un cementerio?
Pues no, no lo veía porque la gente no me dejaba ver
mas que sus culos. Casi podía olerlos. Luego me miró. En sus ojos estaba claro
que se sentía descubierta.
–Entonces… ¿te
vas a casa de tus padres?
–¡Que pesada! Que
no… que me voy a casa de Patricia.
–Mira, lo mejor
es que lo dejemos estar…
–¿Rompemos para
siempre?
–No… que dejemos
estar lo del descanso… si nos queremos lo que tenemos que hacer es luchar por
arreglar lo nuestro. ¿No crees?
–Pues sí… sí
claro…
Y continuamos viviendo bajo el mismo techo con mi
piano mientras nuestros cuerpos follaban separados en otras camas. Ella con Raúl y yo con
Patricia.
Tal y como entendí yo de toda aquella conversación.
Tal y como entendí yo de toda aquella conversación.
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