El hombre de los caramelos
me ofreció pescado a la salida del colegio.
No le quedaban más dulces
y necesitaba cubrir sus necesidades.
Recordé el consejo de mis padres:
Si un desconocido te habla
adviértele de que a todos nos va
bastante mal.
Al hombre de los caramelos
le sorprendió mi respuesta.
—Eres un chico lleno de sabiduría…
¿por qué no vienes a mi casa
y me enseñas a ser mejor hombre?
Desde entonces sigo vivo pero confuso.
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