Decidí esperar hasta que lo comprendiera.
No me importaba morir tanto como Hacienda.
Estaba convencido de que sabría rendir cuentas
más allá de la burocracia y sus collares.
Ella me lo explicó en la playa nudista:
«Tu desnudez no se parece a mi espejo,
tu orgullo es el veneno de mi salud
y mi salud… lo que dices que más te preocupa».
Me corrió la prisa al escuchar aquello.
Me tomé más de cuatro cervezas
para emborrachar a mis demonios
y a la quinta me explotó una canción en la cabeza.
Comprendí que la vida ni iba ni venía.
No hablo de círculos budistas y sus cosas.
Eso sería fácil de explicar.
Cualquier religión que prometa redención
se guía por zanahorias y burros.
A mí me preocupaba ella.
La que no dependía de mis decisiones.
La que tras ponerle las pilas
me miraba a los ojos y se estrellaba contra la pared.
Estaba acorralado como en la canción
que había dejado metralla en mi cerebro.
¿Cual?
Pues esa de los Beatles que lo explica todo.
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