jueves, 16 de enero de 2020

No sé besar.



Que se es es tan cierto, dicen, como que ser
equivale a andar estando un rato.
Algunos le ven la cosa a esto.
Otros no lo valoran como sus madres.
Y por si fuera poco,
de todo este asunto, 
hay quien concluye que la fe o su falta tiene que ver
con sentir el ser o no saber sentir
el precio de estar siendo.

Yo sigo buscando al conejo apresurado.
De alguna manera Alicia 
es la hermana mayor 
que me hubiera asesorado sobre besos.
No sé besar.
Cada vez que mi lengua se abre paso en otra boca
se convence de que tiene que haber una salida.
Eso me ha dicho alguna que otra dama
después de exigirme el mismo empeño 
en otras zonas de su anatomía.

Yo comparo el besar 
con los banqueros y mi nómina.
No se trata de humedad
sino de que quien te desea
esté convencido de que sabe lo que quiere.
Una vez un banco me pidió, 
a cambio de tibios intereses,
uno de mis hijos y mi palabra de honor
en el caso de que su honra fuera cuestionada
alguna vez.
Mi esposa no aceptó.
Aún con las súplicas de su amante
por librarse de la mancha de mi semen,
no aceptó.

Así, recién arruinado me conformé
con ser la violetera que regalaba autodignidad
en los semáforos.

Hoy te vi acelerar para cruzarlo antes de que tornara a rojo.
Mañana vete tú a saber.








No hay comentarios:

Publicar un comentario