a esas horas en las que según tus padres
no estaba bien llamar a nadie por teléfono.
Estaba enferma, la fiebre y su frío. La
soledad y su vacío.
Habíamos discutido hacía unos días
y nos habíamos jurado
no volver a vernos en varias reencarnaciones.
Pero la fiebre la debilitaba, y a mí (bueno, la fiebre y su
cuerpo)
Le garanticé prepararle unas sopas de
ajo
tal y como me enseñó mi madre a prepararlas.
Pan, un poquito de sal, un poquito de aceite, ajo y agua
hirviendo.
Un manjar si la garganta no te deja
tragar como otras veces.
Llegué a su casa. Vivía en un pueblo sin
mar y
atravesado por un montón de raíles y andenes.
La abracé y le prometí la mejor sopa de su vida.
Pero en vez de eso…
nos dedicamos a follar durante toda la noche.
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